Son poco más de las cinco de la tarde. Una mujer joven toma la palabra ante un pequeño grupo de personas. Es la primera en hacerlo. «Todo pasó hace tres días. Me dijeron que el corazón ya no le latía, así que tuve que parir a mi hija muerta».
Tras el shock inicial otra mujer se levanta y le da un abrazo. Ambas lloran. Mientras se abrazan, yo fijo la mirada en mis manos. En silencio. Siempre lo hago cuando me pongo nervioso. Como si pudiera refugiarme en ellas. Supongo que es porque me recuerdan a las de mi padre.
Tras unos segundos la mujer que se levantó vuelve a su sitio y suelta una frase hecha. De esas que parecen ensayadas, pero que impactan como si hubieran salido de las entrañas. «Traer la muerte cuando esperabas la vida». Es el crudo resumen de las personas que acuden a este grupo. Un pequeño espacio donde las mujeres y sus parejas pueden contar su pérdida sin miedo a ser juzgadas o desautorizadas.